Las novelas perdidas de Federico Moreyra

Alejandro Langlois
41 min readFeb 8, 2022

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Es el otoño de 1999. Sobre la playa de San Clemente del Tuyú, un hombre acaricia un perro, echado a los pies de una silla plegable. Ni los pocos turistas que pasean por la playa, ni sus vecinos, ni siquiera su amigo más cercano, saben que ese hombre solitario, que camina con algo de dificultad, es un poeta y escritor con diez libros editados en Argentina y en España, algunos de ellos en editoriales muy importantes. Federico Moreyra visita a diario la playa para aliviarse las horas y para estar cerca de ese mar que lo vincula y lo separa de su hijo que vive lejos, justo del otro lado de ese océano inmenso que ahora contempla en silencio.

Antolín Sánchez Paparrigópulos, uno de los personajes secundarios de la novela “La niebla”, de Miguel de Unamuno, se proponía escribir una historia de los escritores ocultos que “no figuran en las historias literarias corrientes o figuran sólo en rápida mención por la supuesta insignificancia de sus obras, corrigiendo así la injusticia de los tiempos”. Con menos pretensiones, este texto va en ese mismo sentido. Es el texto de un lector en busca de justicia. Una reparación para la memoria literaria del poeta y escritor Federico Moreyra. Un autor con una obra narrativa y poética importante y prolífica, pero cuya huella en la historia de la literatura es hoy muy difícil de rastrear. Pretende ser a la vez un homenaje y un aporte al rescate de su vida y su obra, ambas profundamente atravesadas por la siempre trágica y cíclica historia argentina.

Federico Carlos Smith Moreyra nació el 5 de septiembre de 1945, en el barrio porteño de Mataderos. Hijo de un descendiente de inmigrantes ingleses que trabajaba como chofer de camiones y de una madre ama de casa, nacida en Entre Ríos. Su padre falleció cuando él era niño y su madre sacó adelante la casa trabajando como fotógrafa en diversos colegios de la ciudad de Buenos Aires. La familia se completaba con Julia, hermana mayor de Federico, quien luego fuera maestra y directora de escuela.

Su infancia y juventud transcurrieron en Mataderos. Se educó en las escuelas públicas del barrio y forjó su carácter en esas calles bravas. Tenía catorce años cuando se produjo, a pocas cuadras de su casa, la mítica toma del frigorífico Lisandro de la Torre, al que el gobierno de Arturo Frondizi quería privatizar. Así, tiene su primer contacto con las luchas obreras. Años más tarde, cuando ingresa a trabajar en la compañía telefónica estatal, se involucra en la acción sindical y se afilia al Partido Comunista.

El barrio y yo

nacimos mellizos

Tuvimos una infancia corta

(Como todas)

Y una adolescencia disparatadamente ametrallada

hacia todos los cielos del crecer

Una de esas adolescencias breves

que se consumen rápido

Como pitadas de cielo que uno da a escondidas

llenándose de nubes los pulmones

haciendo cenizas la estrella de la vida

Federico Moreyra joven (Archivo personal Eduardo Álvarez Tuñón)

La pasión poética y literaria de Moreyra comenzó a tomar forma en el taller literario Mario Jorge De Lellis, un ámbito vinculado a la juventud del Partido Comunista. El taller había empezado en 1969, con el nombre Taller Aníbal Ponce y se hacía los sábados en el Teatro IFT, en el barrio de Once. Luego de una gestión ante Ulises Petit de Murat, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), consiguieron una sala en la sede de la tradicional institución.

Lo discutimos y aceptamos ir incluso teniendo aversión hacia la SADE. Era como dar un empuje de luz y de juventud, mal que bien. En ese grupo estábamos Gruss, Cohen, Asís, Freidemberg, Reches, Aulicino, yo y otros. Éramos parte de un grupo de pendejos apasionados, coordinado por José Murillo. Federico iba poco porque ya tenía una vida más alocada que la nuestra. Estaba en otra historia política más pesada. Era el único obrero real que había entre nosotros, era el que venía de Mataderos. Era más de la calle”, rememora la escritora Mirta Hortas.

Moreyra trabajaba como empleado administrativo en la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTEL) y allí comenzó a desarrollar una intensa actividad sindical como delegado de la lista marrón, vinculada al Partido Comunista (PC) de Argentina.

Su irrupción en el panorama de las letras argentinas fue muy promisoria. Su primer libro de poemas, Funeral verde, se publicó en 1972, a través de la editorial De la Gotera, con el padrinazgo y el prólogo de un gigante de la poesía argentina de entonces como Raúl González Tuñón. Se habían conocido en los grupos de intelectuales del PC.

Estábamos cerca de González Tuñón. Eramos como sus hijos dilectos. Íbamos a visitarlo a la casa. A Raúl le había gustado mucho Funeral verde y por eso se lo prologó”, recuerda Hortas.

Tapa del libro Funeral Verde de Federico Moreyra
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Dice González Tuñón en el prólogo:

Es la suya una poesía libre por la forma, pero, con sentido del ritmo, del canto; de intenso contenido, objetivo y subjetivo, rica en imágenes (para nosotros la metáfora con valor funcional -no la descriptiva lugoniana- es una de las bases fundamentales del poema). y hay en su libro un tono conversacional, y en ese sentido señálanse contactos, coincidencias, según creemos (no influencias) con poetas de voces y promociones distintas, pero entroncadas en su actitud. Un fondo de porteño desenfado, que no excluye profundas esencias dramáticas, poetas como el desaparecido Nicolás Olivari, como Héctor Negro, como Juan Gelman, por ejemplo.

A la distancia, puede verse que esa primera poética de Moreyra estaba también impregnada de los tópicos heredados del imaginario de las letras de tango. Un ejemplo es el poema Conformismo, donde entre violines, dados, abandonos, ciegos y locos va tomando forma una lírica heredera de un linaje tanguero conformado, entre muchos otros, por Carriego, Contursi, Manzi y Ferrer.

Conformismo

Ayer. Cuando te fuiste

Yo era una momia desnuda de sus vendas

Yo era algo así como un pequeño huérfano

chupando sin consuelo caramelos de vidrio

Yo era algo así como un violín herido

soltando notas de espanto por la boca

Como un violín de luto con lágrimas en re

rodando por las flacas mejillas de sus cuerdas

Hoy juego generalas con la lluvia

tirando a la marchanta mis salarios de amor

Hoy juego al tute cabrero con la suerte

y patino hasta el último mango de ilusión

Pero estoy curado de espanto de la vida

y me conforma apenas un puñado de ayer

Hoy que soy conformista me conformo

con un lugar opaco en tu recuerdo

donde mi nombre vague inútilmente

Como un ciego sin perro y sin bastón

Como un loco buscando su cordura

Donde sepas a fuerza de olvidarte

que una tarde de grillos con muletas

caminamos un siglo por las venas de dios

Con astucia política y poética, Tuñón se encarga de ubicar a Moreyra en el campo de los poetas populares que no se evaden de la realidad social. Saltándose la clásica disyuntiva Florida y Boedo, Tuñón usa como antagonista a su camarada Pablo Neruda.

“Saludamos, pues, en Moreyra, a un poeta que ya perfila una muy interesante personalidad, con mucho que decir; equidistante de ciertos evadidos de la realidad y de los que caen en la servidumbre de la realidad, de lo que hemos llamado declamatoria nerudiana y de esa poética de cuño intelectualista, fría y deliberadamente hermética, sin carne y sin sangre, como dirían Rilke y Gorki”.

Entre 1970 y 1972, participó como columnista de poesía y “política internacional” en el programa semanal, “Lo inédito”, conducido por Rafael Noriega, en Radio Municipal, de la ciudad de Buenos Aires.

La revista Barrilete, fundada por Roberto Santoro y Horacio Salas, publicó en 1974 su poema “A los amigos del pintor”, dedicado al artista plástico Pedro Gaeta. Gaeta sería luego ilustrador de algunos de sus libros de poemas.

En 1975, publicaría el volumen de poemas Voces de cantina, en Ediciones Gente de Buenos Aires, una editorial independiente fundada por el poeta Roberto Santoro. En 1974, Moreyra había publicado allí una “carpeta” de poemas llamada Rastros. En rigor, se trataba de una colección, La Pluma y la palabra, de carpetas con hojas sueltas de diversos poetas, que se distribuían de mano en mano por las calles y los bares de Buenos Aires. Formaron parte Raúl González Tuñón, Humberto Costantini, Antonio Requeni, Antonio Aliberti, Néstor Groppa, Luis Franco, Alvaro Yunque y Elías Castelnuovo. Una colección completa de esas carpetas se vende en Internet por 2300 euros.

El tercer poema de Voces de cantina se inicia con una cita a un poema del poeta chileno Jorge Teiller: “Me gustaría ver el día — dices tú — en donde vea a un poeta huir del vino.”

III

Tal vez no lo entiendas

o no quieras hacerlo; estás

en tu derecho: no vale rogar rosas.

Sólo pienso contarte una sencilla historia:

cuando llegué a este mundo, la tristeza era joven:

sólo yo le faltaba para envejecer.

Tal vez en otra vida he sido lobo,

y he corrido en manadas junto al río Yukón.

Por eso es que en las noches mis versos

son aullidos,

que inútilmente tratan de conmover los astros.

Quieren volver al bosque donde tal vez estuve,

para hablar con los árboles de remotos olvidos.

De esos interrogantes que sólo ellos conocen

pues tienen el secreto de la eterna vejez.

Describió su desolado y pulsativo mundo ciudadano con letra amarga y, quizás, con el angustiado privilegio de quienes no ignoran que van a nombrar aquello destinado a perecer”, dijo alguna vez de la obra de Morerya el poeta Juan Alberto Núñez.

“Yo tenía un departamento en Hipólito Yrigoyen y 24 de noviembre y él trabajaba en una oficina de la telefónica cerca de ahí. Al lado había un bolichito, en el que él se pasaba las horas solo, fumando y tomando vino en un vaso gigante. Hablaba mucho con los obreros. De alguna manera era sobre lo que trabajaba en su literatura”, rememora su amigo, el escritor y periodista, Jorge Asís.

- ¿Poeta o narrador?

Voces de cantina fue el último libro de poesía publicado por Moreyra. Si bien siguió escribiendo poesía hasta el final de su vida (quedan en poder de su familia algunos poemas inéditos) a partir de ese momento, su producción literaria será sólo narrativa: cinco novelas (una de ellas inédita) y un volumen de relatos. Sin embargo, algunos colegas y sus seres queridos más cercanos, quienes acompañaron a Federico hasta el final de sus días, creen que él era y se consideraba a sí mismo más un poeta que un novelista o cuentista.

Fue un gran poeta. Esencialmente poeta. Fue más importante como poeta que como novelista. Sus dos libros de poemas son muy importantes”, cree el escritor Eduardo Álvarez Tuñón, uno de los grandes amigos de Federico, a quien está dedicado su libro Yuyo verde.

Su amiga y compañera de taller, Mirta Hortas, cree que “él era poeta. Era muy buen poeta. Después se lanzó a la narración, con una prosa muy desafiante y muy avasalladora”.

Él se consideraba un poeta. Esa era su espina dorsal”, asegura su ex mujer, la artista plástica, residente en Francia, Silvia Tabares.

Yo lo recuerdo más como narrador, no porque su poesía no valga, sino porque su irrupción, su gran impacto fue como narrador. Lo digo como queja, porque yo también escribo poesía: socialmente el impacto lo producís desde la prosa”, afirma el poeta Vicente Zito Lema.

El poeta Jorge Aulicino recuerda haber conocido a Federico como militante del PC y reencontrarlo “en el grupo del taller literario Mario Jorge De Lellis. Vivía en Liniers en el mismo edificio que otro integrante del taller, Daniel Freidemberg. Conocí solo su libro de poemas, Funeral verde. Me gustó su tono. Me acuerdo de un poema de invocación religiosa, que se titulaba o que repetía el Kyrie Eleison. Era por lo muertos. Nunca leí su prosa, pero el Turco Asís lo elogiaba mucho”.

Quienes lo frecuentaron consideran que fue un gran lector y coinciden en que era mucho más culto de lo que se dejaba ver en su literatura, más bien despojada, coloquial y escrita en un lenguaje simple, llano y hasta por momentos casi marginal.

Su autor favorito era Thomas Mann. Pero le gustaban mucho Marcel Proust y Ernest Hemingway. Autores que aprovechó a releer durante el tiempo que estuvo preso. “En narrativa lo había leído todo. Tenía un sentimiento crítico de la lectura. Era un lector inteligente. Vivía en función de la cuestión literaria”, comparte su amigo Álvarez Tuñón.

Era un tipo muy culto, un gran lector. Creo que le gustaba Celine, pero no sé si es una fantasía mía. Tal vez los asocio por la personalidad, desafiante y de ir al frente”, agrega Hortas.

“No recuerdo si mencionaba influencias. Estoy seguro de que leía los mismos libros de poesía, César Vallejo, Raul González Tuñón”, cuenta el poeta Jorge Aulicino.

Su ex mujer Silvia Tabares recuerda que admiraba mucho la visión poética de Fernando Pessoa. “Amaba al personaje y su obra”, dice.

En París, se amplió la lista de sus lecturas con autores como Czesław Miłosz, Rene Char, Ósip Mandelshtam, Roberto Juarroz y Guillaume Apollinaire, a quien después releyó en francés.

Cuando llegamos a París nos hicimos amigos del editor y poeta, Michel Camus, que editaba una revista de arte muy importante y él nos dio acceso a toda una literatura del mundo que a Argentina no llegaba. Traducciones hermosas de autores sudafricanos, rusos y lituanos. Los primeros años nos pasamos leyendo como locos. Estábamos en el país de las maravillas”, rememora Silvia Tabares.

Para la escritora Luisa Futoransky, “él tenía una cosa que tienen muchos escritores exiliados en París que es una especie de admiración desmedida por la literatura francesa”.

Era también admirador de Haroldo Conti, sobre todo de la novela “Sudeste”. Conti, consultado en una entrevista en 1975 sobre cuáles escritores nuevos le interesaban responde, además de nombrar a Jorge Asís y a Rubén Massera, “Francisco Moreyra, que es un trabajador telefónico, y poeta muy bueno”. Si bien, o Conti o el periodista, confundió el nombre de pila, es evidente que se refiere a Federico. ¿Cuántos poetas trabajadores telefónicos podía conocer Haroldo en el Buenos Aires de 1975?

Se encontró varias veces con Juan José Saer a hablar de literatura. “No vivía lejos de nosotros en París. Le caía bien como persona, pero no recuerdo qué pensaba sobre su obra”, agrega Silvia Tabares.

- El best seller posible

En 1975, Federico Moreyra tuvo algo parecido a un best-seller. Su novela Los reos, publicada por Ediciones de la Flor, agotó dos tiradas que alcanzaron los 6 mil ejemplares. Tuvo reseñas elogiosas en los principales suplementos culturales de los diarios y revistas de la época y hasta un polémico aviso publicitario que dio que hablar.

“No tengo idea de cómo llegó Moreyra a la editorial. Estoy seguro de que fue a partir de la repercusión de Las tumbas, el libro de Enrique Medina sobre la vida de un chico en un reformatorio, que tuvo un éxito descomunal, y entonces todo libro más o menos marginal que andaba dando vueltas me lo venían a ofrecer. Apareció también el tucumano Eduardo Perrone, con un libro que se llamaba Preso Común, porque estuvo preso como un delincuente común, pero que lo escribió con bastante sentido, aunque hubo que hacerle una fuerte edición. A Los Reos no hubo que corregirlo, estaba bastante bien y decidimos editarlo”, recuerda Daniel Divinksy, creador y alma mater de Ediciones de La Flor.

La novela la publica por insistencia y gestiones de Jorge Asís. Todas las ediciones de Moreyra se las consigue Jorge Asís”, aclara su amigo Eduardo Álvarez Tuñón.

Con su prosa despojada y directa, Moreyra, hace en esta novela un retrato realista y potente de la vida en los márgenes de Buenos Aires, en la década de los setenta. Narra con valentía, precisión y humor las sutiles líneas de contacto que existieron entre algunas agrupaciones políticas revolucionarias y ciertos elementos del mundo del delito. Lo hace a través de personajes que viven en la contradicción y se ubican en los bordes, tanto de la ciudad (barrio de Mataderos) como de su propia existencia (cárcel, miseria, autodestrucción).

En la solapa de Los reos se lee:

Tal vez el verdadero personaje de esta novela sea un barrio de Buenos Aires, en este caso un Mataderos mitológico, marginal, violento, en cierto modo mágico, un Mataderos regido por leyes peculiares, inviolables, con su consecuente galería de fiolos típicos, pistoluquis y gratas, seres en apariencia despiadados pero al mismo tiempo sentimentales, oprimidos, que hacen del honor una religión y del machismo una ley, con sus tradicionales barras de grandes y chicos, con sus prostitutas fascinantes y trágicas y maternales que merodean el frigorífico “Lisandro de la Torre”.

Le hice una publicidad que era provocativa para ese tiempo. El aviso decía: ´conozca a la Yolanda, el mejor culo de Mataderos´. Hubo diarios, como La Opinión, que lo publicaban textual, Clarín y Nación publicaron: “el mejor c…”, cuenta Divinsky.

Las críticas en general fueron elogiosas. El libro se vendió bastante bien y tuvo una segunda edición. En aquella época la tirada mínima eran de tres mil ejemplares”, agrega el editor.

En 1976, en el albor de la dictadura militar, “Los reos” fue prohibido por decisión de la intervención municipal de la Ciudad de Buenos Aires, junto a otros libros de Ediciones de La Flor como Feiguele, de Cecilia Absatz y Visita, francesa y completo, de Eduardo Perrone. Este hecho detuvo la importante circulación que el libro comenzaba a tener.

Poseedor de un talento salvaje, bruto e imperfecto, en realidad poseedor de un talento desesperado, Moreyra se mueve con soltura y plasticidad alrededor de los fibrosos ejes de su universo; por fortuna trasciende del mero testimonio, describe la violencia desde la violencia misma, narrando desde adentro explora profundos territorios, utilizando un lenguaje directo, crudo, que en ningún momento se queda en la procacidad o el efecto, y nos cuenta, en definitiva, historias desgarradoras e inolvidables, crea personajes de antología como Yolanda Rivero la Rabiosa, Quique Morán, Santos, el excelente y siniestro cura Solano, o el viejo comunista ferroviario”, se lee en el prólogo de la primera edición del libro.

En 1993, en el documental La juntidad espeluznante, una pareja de actores recrea un fragmento de Los reos. “La ficcionalización de los desencuentros de una pareja de porteños en la primera mitad de los setenta que muestra el modo en que la cultura letrada y la militancia política atravesaban los vínculos humanos”, decía el texto que presentaba el documental, que también teatralizaba pasajes de El fiord de Osvaldo Lamborghini y otros textos de Roberto Arlt, Oscar Masotta y Néstor Perlongher.

— ¿Vamos al Lorraine? — preguntó Tito,

— No — dijo Sonia — , dan una soviética. Mejor vamos a ver “La batalla de Argelia”, al Kraft.

— Pero si esa película ya la viste tres veces.

— No importa. Ver propaganda del PC es tan plomo como ver películas de amor.

(…)La película ya había comenzado y la pantalla mostraba a un sonriente policía francés paseando por un mercado de Argel; imprevistamente, surge de entre el gentío un muchachito que lo balea por la espalda. ¡Biennn!, grita el público como si se tratara de una de cauboys.

(…)¡HIJOOOOS DEE PUUTAA!, aúlla enardecido el público. Y ella sentía una mano que no era precisamente la de la OAS tocándole una rodilla, y la sacaba, pero Tito se la volvía a poner.

-No te hagas el vivo -decía bajito-. Mira que te pego un bife.

-Yo te quiero -decía él-. Te adoro -y le pasaba un brazo por los hombros.

-¡Dejame, queres! -ahora agitada-. Mira que me levanto y me voy…

Y el público: -¡Ssssss!…y los guerrilleros ametrallando peatones franceses desde un camión en marcha. Y Tito besándola por la fuerza.

La intención al seleccionar ese texto era mostrar una mirada picaresca, en el sentido de vital, sobre la militancia, escrita desde la propia izquierda, porque Moreyra venía de la izquierda. El texto ayuda a desacralizar la visión tremendista y victimizante sobre el relato de esa época. De hecho tuvimos algunos problemas con alguna gente por esa mirada. El espíritu era critico y celebratorio a la vez”, reflexiona Martín Carmona, director del documental.

Poco después de Los reos, escribió una novela en el mismo registro, que se llamaba La generación de Pepsi y que llegó a las manos de Mario Benedetti, a quien el texto le gustó mucho.

Yo llegué a leerla. Tenía cosas de Los reos, estaba muy bien escrita y contaba sobre unas relaciones terribles. Se perdió el manuscrito. La había llevado a editorial La línea, un sello de la editorial Crisis, que armaron Mario Benedetti y Julia Constela, la esposa de Pablo Giussiani y ahí se perdió”, asegura su amigo, Jorge Asís.

Breve reseña de Los reos publicada en setiembre de 1975 en la revista Los libros

- El desagrandero

Luego de unos meses de espanto, cárcel y tortura, en manos de la sangrienta dictadura militar instaurada en Argentina, Federico Moreyra partió al exilio en 1977. Primero Brasil, y finalmente Francia. Un año después, en 1978, la editorial Calicanto publicó en Buenos Aires su volumen de relatos, Yuyo verde.

En el número cinco de la revista Nudos, de agosto de 1979, aparece una reseña sobre Yuyo verde, firmada por el crítico y escritor Rodolfo Alonso:

El autor de Los reos continúa desarrollando su obra dentro de un ámbito claramente delimitado: el submundo marginal del delito, el hampa pobre, la delincuencia lumpen. Aunque se extienda a veces hasta rozar otros sectores de las clases menos privilegiadas es con arquetipos del sadismo ejercido fuera de las reglas establecidas con quienes un universo trágico, donde la violencia detenta una potencia absoluta, y donde el amor, la piedad, la ternura, no solamente son desconocidos sino constantemente humillados y aplastados.

(…) Moreyra maneja con destreza un idioma canalla, más bien carcelario que lunfardo, y logra con él -dentro de las lógicas limitaciones que eso implica- acabados logros, que pueden percibirse mejor, casi como un crescendo, a medida que el lector se adentra en el libro, acostumbrándose al ambiente y su lenguaje”.

Caminaba despacio por las calles de San Martín en esa clara tarde de setiembre que parecía rodear­lo, envolverlo en distantes olores, en lejanísimos colores de infancia robados, por encanto, al olvido: al oscuro, al pesado olvido en que se hundiera toda su vida de ‘’antes’’; una intangible pero real línea divisoria había echado una cortina entre ese antes de empleado bancario de correcto traje y bolsillo va­cío, que soñaba escribir historietas, y ese otro “an­tes” que llegaba hasta ahora, de señor pistolero, de orgulloso miembro de la hermandad del caño.

Durante los años que vivió en París, Moreyra termina de escribir El desangradero, un borrador que llevó en su valija desde Buenos Aires. Uno de los grandes libros argentinos sobre la dictadura. Lo editó a través de Legasa, una casa editorial con sede en Madrid.

“Literatura testimonial, crónica pegada a la piel -y a la sangre- de los hechos; en ella todo virtuosismo es desplazado por la fuerza e impiedad de lo narrado. Una cronología acotada : poco antes y poco después del 76; pero un tiempo sin límites : el de la violencia y el escarnio vivido hasta las heces.

Una historia trazada sin concesiones para bando alguno. Un fresco del horror y la infamia que desquiciaron nuestra sociedad en el pasado inmediato”, se lee en la contratapa.

Para el investigador y crítico Fernando Reati, El desangradero está dentro de la tradición de la “metáfora clásica de la violencia política argentina” que se inicia con El matadero, de Esteban Echeverría y se prolonga en “El duke” de Enrique Medina o en “El criador de palomas” de Mario Goloboff. Allí, Moreyra escribe que el ingreso a un campo de concentración produce “un clima verdaderamente alucinante”. Para Reati, estas estrategias narrativas que apelan a la esquizofrenia y la dualidad de los personajes “son otros tantos intentos de aprehender la problemática de la identidad, ante un yo fracturado por las presiones exteriores. La representación de lo político por medio de la violencia sexual. En el libro un soldado castra y viola a a un prisionero político con su cuchillo, ´trabajando sobre un cuerpo inanimado, como un carnicero sobre la res colgada´”.

Federico había visto en persona el corazón del monstruo de violencia que asolaba a Argentina y lo pudo contar. Este es el primer párrafo de El desangradero:

Era la madrugada del 24 de marzo de 1976, en la cercanías de la Escuela Mecánica de la Armada: la noche concluía fría y ventosa, más oscura aún por la ausencia de la luna en un cielo casi totalmente cubierto: no hacía mucho rato había llovido y las calles mojadas y solitarias contribuirían a darle a aquel amanecer el aspecto de la despedida de lo que, vulgarmente, se conoce como noche de brujas, o de perros, o lobos -según suele decirse en distintos países- y que para el caso daba exactamente igual.

“El desangradero me lo dedicó a mi. La dedicatoria dice que lo escribió para que yo sepa cuál es el precio de la libertad. Lo conozco el precio y es bastante difícil. Pero hay que guardar la sonrisa. Tengo esa herencia de mis dos padres que es creer en los sueños y luchar por ellos y hacer lo que hay que hacer”, reflexiona hoy desde París, Federico Smith, único hijo de Moreyra. Federico hijo llevó esa herencia al mundo de Internet. Es un destacado especialista en lucha contra los crímenes cibernéticos y la promoción de la libertad en la web.

El libro tuvo una versión anterior, publicada en 1982 por la misma editorial, Legasa, pero en su sede central de Madrid, Se llamó Anónimo del siglo veinte, y es una reescritura de El desangradero “a una manera española, en un lenguaje castizo que le da otra relevancia a la novela, lo hizo un trabajo más universal. Salió de la cosa local, de la Argentina. A los editores vascos el libro les gustaba pero lo veían con un color demasiado local. Él decidió adaptarlo”, explica Silvia Tabares, ex esposa de Federico.

Anónimo del siglo viente fue el primer libro sobre la dictadura que leí. Me hizo bolsa. Él me contó que tuvo que traducirlo al español, eso me pareció una gran herida”, asiente la poeta y novelista Luisa Futoransky, quien trató a Federico brevemente en París, en aquellos años.

El 19 de octubre de 1981, el diario francés Le Monde le publica un artículo titulado Un vrai révolutionnaire (Un verdadero revolucionario) en donde traza un perfil, a manera de obituario, de su amigo Mota, un militante de la izquierda de Chile exiliado en París.

El contacto con Le Monde se hizo a través del escritor Michel Camus, quien le presentó al periodista y habitual colaborador del periódico francés, Raphael Sorin. Camus era amigo de Moreyra y fue también un gran difusor de la obra del poeta argentino Roberto Juarroz. Pocos años después, Sorin se haría célebre como editor de Charles Bukowski en Francia y “descubridor” de Michel Houellebecq.

A través del grupo de exiliados en París, en especial el escritor cubano Severo Sarduy, tomó contacto con la mítica revista Escandalar, editada en Nueva York por el poeta cubano Octavio Armand, con una impresionante red de colaboradores de toda América Latina, Estados Unidos y España. Allí publicó, en 1979, Mono muerto, tal vez uno de sus mejores relatos, donde cuenta la historia de Francés, un trabajador del caucho, en el Amazonas, que adopta un mono como mascota.

En 1983, publica en la misma revista el relato Pompas fúnebres. En esta última etapa el registro literario se hace aún más denso. El foco se corre de lo político, y de lo social. El plano que antes mostraba el devenir de los fracasos de los sueños colectivos, se cierra ahora sobre la condición desesperada del individuo ante el fin de siglo.

Dejó de contemplarse en los azulejos y miró al cadáver con esa inmensa ternura que había comenzado a invadirlo: dulcemente, como una música lejana, antigua y amada que le llegara desde la memoria; estiró una mano y acarició brevemente ese pecho, abombado por la última y desesperada inspiración final: lo hizo con gran cuidado, como si temiese despertarla. Los senos de la jovencita se habían consumido hasta aparecer grotescos; a un lado del pezón izquierdo surgía un pelo rubio y largo y solitario: él lo tocó suavemente, con un dedo, y sonrió: pero con los labios apretados, sin abrir la boca.

Su siguiente libro, Balada de un sargento, publicado por Galerna en 1985, es un libro corto, de 168 páginas, que incluye tres nouvelles: Balada de un sargento, La oscuridad al final del corredor y El papel del trabajo en la transformación del Mota en otro, este último título una paráfrasis de El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, célebre artículo de Friedrich Engels. La tercera novela corta se trata de una versión extendida del relato Un vrai révolutionnaire publicado en Le Monde.

En la contratapa del libro se lee que la “novela que da cierre al volumen, un grupo de exiliados trata de subsistir en Francia, apelando generalmente a métodos ´non sanctos´. Simpáticos, canallescos y patéticos, pretenden justificar en nombre del marxismo, desde la estafa hasta la cama redonda”.

La académica Débora Rottenberg coloca a este libro dentro de una serie de la novelística argentina del período 1975–1985, donde incluye, entro otros, a El vuelo del tigre, de Daniel Moyano y Cuerpo a tierra, de Norberto Firpo, en el que “abundan las obras en que se narra desde una perspectiva próxima a la de un personaje relacionado de alguna manera con los grupos encargados de la represión : torturadores, militares retirados, funcionarios, policías honestos atrapados entre su conciencia y su lealtad a la institución. Se narran desde la conciencia de estos seres, lo cual indica el mayor interés de los autores por penetrar en el mundo del victimario” .

Por todo esto, el Mota pasaría a la historia como el único izquierdista detenido por atentar contra el gobierno de la “Unidad Popular”. Como se ha visto, de toda evidencia, el mota no era un terrorista suertudo.

Cuando llegamos a Francia, fuimos a dar al bucólico, idílico y pacífico poblado de Alfortville, cuya paz perturbamos en largas veladas de vino, cueca y Gardel, que se prolongaban hasta el otro día.

En Alfortville vivíamos en la Casa Roja, denominada así, no por convicción política, sino porque estaba pintada de ese color, bastante extraño para una fachada.

Su ultimo libro será La fiesta inmóvil, publicado en 1987 por editorial Sudamericana, dentro de la colección “Nuevas narrativas”, que dirigía el crítico y escritor Luis Chitarroni. Antes, había intentado sacarla por Ediciones de La Flor, pero a Divinsky no le interesó.

Me gustó La fiesta inmóvil, con sus resonancias de la fiesta en movimiento, que habían presenciado Hemingway y la Lost generation, y decidí publicarla. Como todo en esos años, tardó mucho”, cuenta Luis Chitarroni.

Si vos lees la Fiesta inmóvil, vas a leer un autor que no tiene absolutamente nada que ver con el escritor de Los reos”, sostiene, con razón, Jorge Asís.

Es un libro sobre el exilio y tiene como protagonista a la ciudad de París. Así lo expresa el prólogo:

¿Qué es la fiesta inmóvil? ¿El sueño incesante de un río que corta una ciudad real? ¿El soñado que despierta en esa ciudad real obediente al sueño del río? ¿La continuación -por otros medios, como diría Gertrude Stein- de un espectáculo urgente y vital en una retrospectiva y exangüe charla de amigos?

No, Silvio Arrieta, el escritor, o Giácomo Cesame, el escultor, personajes de esta novela, no son preteristas enamorados sólo de un viejo sueño; son, en esa fantasía veraz que la ficción plantea, los artífices de un destino ignorado y singular; son también los comentadores secretos de estas bellas palabras de Hemingway que inauguran el libro: “Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue”.

Con una escritura que admite los matices de la angustia y la alegría, con un pudor que frustra la gratuidad evocativa, Federico Moreyra descubre los vértigos íntimos de una ciudad en la que perderse es, tal vez, el signo del encuentro.

La Fiesta Inmóvil está escrito en un estilo en el que el narrador se reencuentra con el poeta. La prosa de Moreyra se hace más lírica, con algunas momentos en los que los párrafos son casi versos. Esta es su primera página:

Un hombre solo camina a orillas del Sena invernal; de cuando en cuando, uno que otro destello de una incierta luz que no logra descubrir con precisión de dónde proviene (arrancadas hojas muertas de una luz muy lejana y sin embargo presente con la impertinencia de todo lo imprevisto) refracta, reverbera y recuerda que allí abajo hay algo más que esc negro vacío que el hombre cree entrever como se mira un sueño.

Piensa que un hombre solo piensa que camina a orillas del Sena invernal y que una incierta luz muy lejana arranca destellos como de complicidad a ese río, que más que verse se escucha como un rumor incierto, que más que estar regresa desde un pasado nebuloso como el cielo: plata, gris, azul muy tenue, y ello, de a ratos, cuando esa luna muerta como la tierra puede infiltrar un poco de su silenciosa voz para acariciar, con piedad, su cabeza.

El Sena piensa que un hombre solo escribe que camina a su lado y que por hacerlo ya no se siente solo, que ya nunca ha de ser un solitario si camina junto a un río que habla, aun cuando ese río sea tan invisible como el pensamiento que sueña lo que escribe.

El pensamiento sueña que escribe que un río baja por la orilla de un hombre hacia la nada, mientras va con la nada hacia un hombre: el hombre piensa que es mejor ser un río porque el río no sufre; el río sueña que es mejor ser hombre porque el hombre muere, ya no corre un día. Deja de correr.

- La militancia política

Resulta imposible comprender la verdadera dimensión literaria y poética de la obra de Moreyra, si no se la lee en relación con su militancia política. Como en muchos otros autores argentinos de su generación, letra y revolución son una misma cosa. Su literatura constituye, en cierto modo, un programa político y una obra artística, al mismo tiempo. Todos sus libros, los de poemas y las novelas, son libros políticos.

En la introducción a la edición de Cantinelas de jalea, el libro de Boris Vian que él tradujo, dice que “escribir es un poder, y como tal, se ejerce”.

Queríamos la libertad absoluta en lo político, en lo creativo y en lo literario, pero una libertad legitimada en la participación política. Había que ganarse el derecho a ser libres en el campo de la revolución. Ese era el espíritu de nuestra generación, que hace a Federico, a Miguel Angel Bustos, a Roberto Santoro, a Juan Gelman, a Haroldo Conti y a otros”, coincide Zito Lema.

No respondía al modelo del escritor de izquierda que apoyaba con intervenciones desde el campo intelectual, donde casi no participa. Era un militante en acción, que además escribía, más cerca del “modelo Walsh”. Así, mientras Julio Cortázar dijo alguna vez “mi ametralladora es la literatura”, Federico Moreyra, en algún momento de su vida política, supo usar las dos indistintamente.

El nuevo `ser o no ser` de los cenáculo, era el ´escribir o militar´: ¿era que se podía escribir cuando había llegado la hora del fusil?…¿Es que se podía, tal vez, hacer ambas cosas al mismo tiempo?…

En definitiva, la mayoría de esa inmensa minoría que eran los intelectuales izquierdos, no hacía ni una cosa ni la otra, pero, eso sí, hablaba constantemente de ello.

(El desangradero)

Si bien fue comunista toda su vida, no estuvo todo su vida dentro del Partido Comunista. Tuvo sus idas y vueltas dentro de la estructura, y en un determinado punto de su historía política pasó a formar parte de un escisión ligada al trotskismo.

El poeta Jorge Aulicino lo conoció en el transcurso de un acción de propaganda de la Juventud Comunista del barrio de Liniers, en Buenos Aires, contra la dictadura de Juan Carlos Onganía.

Yo iba al colegio secundario nacional de ese barrio. La acción era una “volanteada” en la estación ferroviaria. “Coco”, ese el apodo de Federico, vino como apoyo militar del Partido. Estaba en lo que se llamaba la autodefensa. Se contaban de él leyendas heroicas pero fuera de la disciplina partidaria”, recuerda.

Carlos Ortiz, amigo de Moreyra, lo recuerda como “compañero de militancia, escritor y poeta delegado de ENTEL, en la sangrienta dictadura del 76, que fue detenido con otros delegados”. Allí en ENTEL, junto al escritor Ricardo Marangoni, dirigen el taller literario de la federación F.O.E.T.R.A, Sindicato de Buenos Aires.

En sus memorias, el escritor Poni Micharvegas lo menciona como habitué de las reuniones de la Agrupación Gremial de Escritores (AGE), convocadas en el local de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), cuyos propósitos eran defender derechos de los creadores y discutir la realidad y todo lo relacionado con la expresión de la libertad, cada ves mas reprimida, censurada y perseguida.

“Ayí circulaban muchos companieros de la letra y la acción: Diego Mare, Vicente Zito Lema, Simón Kargieman, “Coco” Moreyra, David Viñas, Ricardo Piglia, Alberto Costa, Carlos Patiño, José Antonio Cedrón y los que después, tristemente, engrosarían esa lista inaudita de los yamados “detenidos-desaparecidos”, eufemismo y paráfrasis del genocidio aniquilante instaurado por los milicos y sus húsares de la muerte: Lucina Álvarez y su cumpa Oscar Barros, Haroldo Conti, Juan Carlos Higa, Dardo Dorronsoro y el mismo Roberto Santoro. Nunca dejó de impresionarme el alto presio que pagó la AGE frente a la represalia: seis companieros de los cerca de la cincuentena de integrantes activos. ¡Poetas que yevamos en nuestros corazones!”

Vicente Zito Lema recuerda que “la SADE en esa época era una guarida de la derecha conservadora. Nosotros propusimos como presidente de la lista a Rodolfo Ortega Peña, que después fue asesinado por la Triple A. Incluso discutimos si servía de algo incorporarnos como gremio de escritores dentro de la CGT. Federico ahí era de los duros, de los revolucionarios”.

Tal como afirma el cineasta Martín Cardona, la figura de Moreyra es incómoda para la izquierda. Su literatura es, a la vez, una ácida y punzante crítica a la cultura y a las prácticas de ciertos sectores de la izquierda, en especial sus cúpulas dirigentes. En un giro cargado de ironía, Ivan, el caricaturesco jefe de la inefable célula trotskista de exiliados en París de la novela Balada de un sargento, era ciego y su facción termina siendo apoyada por el comunismo yankee.

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“vienen muy malos tiempos-se les decía-, y muy pronto comprobaron que era cierto: el talento que a sus dirigentes les faltaba para saber que había que hacer, les sobraba para advertir el peligro”.

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¿Y éstos son los que quieren hacer la revolución …Puras macanas, lo único que quieren es sacudirse un poco el aburrimiento crónico que tienen…

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Con la vuelta de la democracia, en su regreso a la Argentina se acercó por un breve lapso de tiempo al Partido Intransigente (PI) en grupos junto a Miguel Briante, Vicente Zito Lema y otros intelectuales, que organizaban las “Ferias de la Cultura” dentro del partido.

El tuvo dos cárceles. Lo torturaron mucho, salió muy mal físicamente, estuvo muy enfermo, pero se recuperó porque era muy joven. La segunda vez que lo torturaron, en 1976, salió bien intelectualmente, pero ya no era el mismo hombre. Había algo sólido que él tenía que se había ido, que se lo había llevado la cárcel”, rememora su ex mujer.

- El exilio

En 1976, Federico Moreyra atraviesa durante quince meses el infierno de la cárcel y la tortura por segunda vez en su vida. La primera había sido en los tiempos de Onganía, y se extendió durante dos años y medio. El poeta Roberto Santoro denuncia en público su detención; Santoro caería preso un año después y aún continúa desaparecido. Algunos amigos de Federico, entre los que se encuentran Carlos Ortiz y Eduardo Álvarez Tuñón, realizan colectas para ayudar a su familia.

En 1977, con la ayuda de su amigo Jorge Asís, que le regala unos pasajes, Moreyra y su mujer, Silvia Tabares, parten a Brasil. Allí vivirán un año, nacerá su hijo Federico y se irán, como refugiados políticos de la ONU, rumbo a Francia como destino final de su exilio.

Para sus amigos más cercanos, este tramo de Brasil fue muy importante y enriquecedor para Federico. “Sus primeros años fueron formativos, pero más vinculados con Mataderos, la violencia, la cárcel, el vino, la revolución, un primer matrimonio trunco. En Brasil nace su primer hijo y tiene un redescubrimiento como escritor y se le abre el mundo de la literatura”, cree Jorge Asís.

En él hay que trazar lineas paralelas, que tienen mucho que ver sus tramos carcelarios. El primero es polvoriento, en la etapa de sus primeros libros de poemas. Luego vuelve a caer preso durante el proceso y ahí se produce en él una gran transformación. Cuando sale, se esconde en un departamento unos días con la idea de formar un partido revolucionario y escribe un manifiesto. A esa altura para mi ya era todo un delirio. Yo ya era periodista en Clarín y estaba apestado de realidad”, agrega Asís.

Los primeros tiempos son duros. En París, el matrimonio invierte sus roles, Silvia trabajaba como secretaria y traductora, y Federico se dedicaba a cuidar al bebé y a terminar de escribir El desangradero.

“Yo tengo recuerdos de niño, entre los dos y los cinco años, que viví con él. Tengo imágenes en mi cabeza de él escribiendo a máquina en la cocina, mientras yo estaba en la casa con él. Era un padre que me hacía de comer, que me llevaba al parque”, comparte su hijo, Federico Smith, que sigue viviendo en París.

Federico Moreyra y su hijo Federico Smith (Gentileza archivo familia Smith Tabares)

El editor Daniel Divinsky cuenta que “cuando decidió irse a París yo le di algunas cartas de recomendación, pero no cuajó en ninguna editorial porque apenas sabía francés y se ganó la vida como pintor de brocha gorda. Me mandó algunas cartas desde allá”.

De acuerdo con su familia, Moreyra no trabajó como pintor, pero tuvo algunas otras ocupaciones muy curiosas en la Ciudad Luz.

Un amigo de Moreyra, un refugiado chileno del MIR, que era sereno y vivía en una de las sinagogas más importantes de Paris, lo contacta y le ofrece un trabajo. Tenía que ir dos días, durante el sabat, para preparar la sinagoga para el ritual. Ahí tuvo acceso a la biblioteca con un montón de libros de la cábala y la torah. A partir de ahí empezó a escribir Las Catedrales de Papel, muy influido por la teología. El se había propuesto escribir una novela de mil páginas”, recuerda Silvia Tabares, su ex mujer.

Moreyra también trabajó en la librería Obliques, ubicada frente al Pont Luis Philipe, en la Ilhe de Saint Louis. Una librería especializada en textos esotéricos y libertinos.

Durante los años parisinos hizo traducciones de autores como Maurice Blanchot y Boris Vian. Su traducción de Cantinelas en jalea, de Boris Vian, fue publicada por la editorial Galerna, en Buenos Aires, en 1987. Su último editor, Luis Chitarroni, recuerda que “me regaló una traducción que había hecho, muy breve, de un texto de Maurice Blanchot”. En la solapa de La Fiesta Inmóvil, editada en 1987, dice que estaba preparando una traducción de Lejano Interior, del poeta francés Henri Michaux.

En aquellos años en Europa, las secuelas de las torturas y el dolor del exilio, agudizaron sus problemas con el alcohol. Inició un tratamiento con un médico francés, con el que empatizó enseguida porque era un ex militante del Frente de Liberación de Argelia, que también había sido torturado. Si bien tuvo alguna mejora, y pasaba largas temporadas sin beber, nunca logró superar por completo la dependencia psicológica que tenía con la bebida.

Ante el cáliz del alcohol se elevan las plegarias.

Y desde él nos vienen los recuerdos, los duros,

los ciegos, los tristes:

aún aquellos que jamás existieron.

Desde él vendrá el futuro que soñamos;

será nuestra ventura, será nuestra desgracia

“Vivía muy pobremente, en un quinto piso por escalera. Me escribía desde Francia. Allá se transforma en otro tipo, un tipo muy intelectual, muy lector. Era un obsesivo conversador de literatura, de editoriales, de colegas, de dónde publicaba. Lo noto muy transformado, parecía otro escritor”, cuenta Jorge Asís, quien lo visitó por primera vez en Francia en 1980.

Era un hombre que no era para el exilio. Extrañaba y añoraba la Argentina y decidió regresar. Era porteño hasta la médula. Su universo eran las calles de Buenos Aires”, cree Tabares.

En la segunda parte de su poema Funeral verde, del libro homónimo publicado en 1972, Federico escribe:

El barrio y yo crecimos mellizos

No hay sitio donde vaya que no lo lleve puesto

Subido a mis silencios

O al eco de mi voz

Prestándome una risa

Compartiendo una pena

Metidos en la cama visitando otra piel

Cuando me quede quieto metido en una foto

Y mis huesos redoblen tambores de final

La plaza de mi barrio se hará lágrima verde

Esa lágrima verde repicará campana

La lágrima campana será un funeral verde

Y ese funeral verde

Será mi funeral

- La razón del olvido

¿Por qué Federico Moreyra no logró alcanzar una presencia más destacada en el panorama literario argentino? Su obra no es menos que la de muchos autores argentinos que han tenido un mejor destino. Algunos de ellos, con libros menos relevantes incluso, le dan nombre a calles y plazoletas.

Su vida y su obra tienen muchos elementos que hubieran permitido construir un mito literario de primer orden: talento poético y literario, militancia, cárcel, tortura, exilio, excesos y un misterioso retiro final en la costa. Sin embargo, sus libros son poco conocidos y su nombre no circula ni siquiera entre los numerosos rescates de escritores argentinos ocultos de los sesenta y setenta que se produjeron en los últimos años.

Solo sus amigos escritores más cercanos lo citan. El autor de este artículo escuchó hablar por primera vez de Moreyra y su libro El Desangradero en el blog de análisis político de Jorge Asís.

En 2019, su amiga, la escritora Mirta Hortas, publicó Punta Rasa, una novela basada en los últimos años de vida Federico en San Clemente. “En su momento, decidí no blanquear que se trataba de Federico. Se está blanqueando ahora. El último tramo de su vida fue muy duro y yo no sabía cómo iba a afectar a su familia. Por esa razón no lo menciono con su nombre en mi libro”, explica. Vale decir que a la familia de Federico la novela le gustó mucho y la tomó como un hermoso y sentido homenaje.

Yo conozco muy bien San Clemente porque mis padres tenían una casa allí e íbamos mucho cuando yo era chica. Yo me fui a escribir mi primera novela, En espejo ajeno, a ese departamento. Ahí me lo encontré de casualidad en la terminal de micros”, agrega Hortas.

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No se aflija, no es la única a la que traiciona el viento de San Clemente. Y si no se desmaya de nuevo, le cuento. Llegué hace tres años, un invierno como éste. Venía con la obsesión de pisar la arena, y entonces lo primero que hice fue dejar mis cosas y salí a caminar. Estaba liviano, el viento me empujaba la espalda, volaba, me sentía sano y joven, cosa que, como se habrá dado cuenta, no se corresponde con mi realidad. Iba en dirección a Punta Rasa. Quería llegar, ver con mis propios ojos la convergencia del mar y el río, saber en qué orden se imponían el fin de uno y el comienzo del otro. Pero no lo conseguí, como se imaginará, mi renguera fue más fuerte que mi curiosidad. Al pegar la vuelta, me topé con la pared del viento. Entendí que había sido un tonto por no haber pensado antes de decidir la marcha, que el camino más fácil no siempre es el mejor. Desde entonces, me reservo el vuelo para el final.

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Jorge Asis elige como tercer epígrafe de su novela La calle de los caballos muertos, una frase de Moreyra: “Lo único que no puede el terror es detener la vida”, la última del capítulo catorce de El desangradero. Según Nidia Buros, doctora en letras por la Universidad del Sur, lo escoge “en clara alusión al clima opresivo de la novela. Es una apuesta a la vida porque el relato demuestra que la vida a pesar de todo es una voluntad indetenible”.

En 1976, Asís, le dedica su cuento Fe de rata, publicado en la colección de relatos del mismo nombre. También habla de su amigo Federico, en esa sátira feroz sobre el mundo de los exiliados políticos que es El pretexto de París. Moreyra le devuelve la gentileza y convierte a Asís, en un personaje de El desangradero, “El Turco”.

El poeta Vicente Zito Lema también aparece como personaje en El desangradero:

Casi sin que reparara en ello, había dado comienzo la tan mentada reunión, y Vicente Zito Lema explicaba que, como se hallaba amenazado por la Triple A, proponía que la reunión no se extendiese más de media hora. Marcelo pensó que lisa y llanamente era ridículo, pero todo el mundo aceptó alegremente la propuesta, tal vez porque tenían muchas más ganas de volver a la calle Corrientes que de quedarse allí.

Aceptada la moción, el ilustre amenazado se explayó sobre la tesis del frente antifascista y toda la sanata del sector que representaba, y, como cuando concluyó, ya hacía tiempo que la media hora había pasado, se levantó la reunión tan anunciada, así, sin pena ni gloria.

Algunos críticos literarios de renombre como Noe Jitrik y Luis Gregorich, hicieron mención de su obra en algunos de sus abordajes de la historia de la literatura argentina. “Gregorich lo reivindicó mucho. Lo valoraba mucho. Lo estaba por editar y Moreyra, que tenía un carácter difícil, se burlaba de él e imitaba el acento húngaro de Luis”, rememora Eduardo Álvarez Tuñón.

Cuento La mujer de Vicente, del libro Balada de un Sargento, de 1985.

Las contadas menciones en artículos académicos que se pueden hallar hoy en Internet, hacen solo referencia a su obra narrativa, como crónica de los años de la dictadura militar, acaso de una manera apenas nominal, sin profundizar. Del mismo modo, aparece nombrado en varias listas de escritores exiliados o de libros censurados, en especial su novela Los reos.

Todos los entrevistados para este artículo fueron interrogados sobre este punto: ¿cuáles son las razones que explican este olvido?

“Es un escritor totalmente olvidado” (Daniel Divinsky)

“A Coco seguro que no se lo conoció. Moreyra era un marginal en todo sentido y pasó al olvido con suma facilidad” (Jorge Aulicino)

“Era un tipo muy apocado, muy tímido. No sé si llegó a dar alguna entrevista. No tenía un pasado literario, era un espontáneo” (Daniel Divinsky)

“Eran tiempos de horrible confusión y tribulación, pese al regreso de la democracia. No supe nada más de Federico, ni siquiera si sigue vivo. No sé tampoco si La fiesta inmóvil fue lo último que publicó” (Luis Chitarroni)

La obra poética, supongo que por la misma razón que la de muchos poetas: ediciones pequeñas, marginales, poco espacio en la crítica, etc. Hay docenas de poetas olvidados. La obra narrativa no me extraña tampoco que se olvide. En realidad, muchos narradores son “olvidados” por la industria editorial y alguna que otra vez recuperados por algún alma piadosa”. (Jorge Alucino)

“Ese rasgo de su personalidad tal vez haya influido en la poca divulgación de su figura. No era vedette. Era un poco autodestructivo y enemigo de sí mismo. Tal vez lo llevabas un día a la presentación de un libro y se agarraba a trompadas”. (Carlos Ortiz) .

“El no era un escritor consagrado ni tenía el apoyo de los grandes medios, pero es tan potente su escritura, tan diferente, tan disruptivo que eso le aseguró un lugar que podría haber consolidado”. (Vicente Zito Lema)

“Fue una víctima de la dictadura. Era un tipo muy inteligente, su prosa tenía una cosa muy avasallante. Yo a veces me pregunto qué hubiera pasado si no se tenía que exiliar. Tal vez hubiera sido alguien reconocido”. (Mirta Hortas)

“Era un hombre profundamente inteligente. Una inteligencia natural. Como toda persona que tiene esa capacidad va a las cosas más esenciales y no se queda en la hojarasca. Él era consciente de su valor. Sabía que lo que escribía valía la pena. Su escala de valores y la manera de ver la creación y la vida eran otra: menos mercantil, menos de buscar protagonismo. ´Yo creo que uno escribe para sus amigos´ decía”. (Silvia Tabares)

El libro (Los reos) despertó mucho interés y lo puso en un momento de luz. Es una obra fuerte, muy bien escrita y que aparece en un momento muy cercano al espíritu de la época. Su escritura produce algo muy potente y causa mucho impacto. Él podría haberse asegurado su propio camino como escritor. Pero por razones profundas que no conozco, tal vez militantes, tal vez espirituales o económicas, él abandona esa luz. Eso explica el olvido de su lugar en la historia literaria, que sin duda merece”. (Vicente Zito Lema).

Moreyra es molesto para la izquierda porque pone un poco en evidencia cierto snobismo e irresponsabilidad que había también en esa época”. (Martín Carmona)

Él era militante y conoce verdaderamente las miserias de los izquierdistas y las poses de los izquierdosos de la colonia latinoamericana en Europa”. (Jorge Asís)

En 2002, junto a Luis Gregorich, Rubén Reches y Eduardo Álvarez Tuñón le hicimos un homenaje en la Librería Gandhi. Su hijo Federico estuvo presente, incluso dijo unas palabras. Queríamos que viera quién había sido su padre. Ese fue el último acto. Después de ese acto no se habló más de Federico. Nunca más”. (Mirta Hortas)

“Él tenía problemas de relación, y nosotros lo ayudábamos a llegar a las editoriales. No era un personaje entrador. Coco quedó ahí aprisionado en su regreso, un poco como consecuencias de la vida que él llevaba”. (Jorge Asís)

“Tenía una ética. Decía que los mejores estaban muertos y que toda forma de utilización de la cárcel no era digna ni noble”. (Silvia Tabares)

Su vida representa una época bastante ocultada de Argentina, vinculada con la represión. Creo que eso ha influido(Federico Smith)

El propio Federico, dejó testimonio en su novela La fiesta inmóvil de cuál era para él la relación entre el arte, el éxito y el fracaso.

Cuando Silvio Arrieta decidió pergeñar una historia donde un escritor fracasado escribiría una novela que habría de titularse la fiesta inmóvil, fue, sobre todo, porque había finalmente entendido que el fracaso y no el éxito es la verdadera cuestión: la piedra del escándalo, probablemente lo mejor que pueda suceder en la existencia de un artista.

Crear sin editores, sin lectores ni críticos ni censura, sin ningún idiota que intente descalificarte a cualquier precio, solo porque es totalmente incapaz de redactar una cuartilla. Crear nada mas para la muerte, para esa inmensa negación que es el olvido….¿pero quién nos quita lo bailado?…

En otro texto texto de 1987, dejó en claro que “la posteridad pertenece a la obra; lo del artista es sólo su placer de crear”.

- El final

La muerte también se encuentra en el fondo de una copa-

no sabemos cuál-

en ese no saber se va la vida.

Federico regresa a Argentina en 1984. La felicidad por el tan anhelado regreso a su tierra no fue total. En París quedaba su hijo Federico y el dolor de esa ausencia que iba a marcar el último tramo de su vida.

Cuando vuelve a Buenos Aires no estaba muy bien, estaba muy dolido. Tenía un dolor que no te puedo explicar. Estaba sumamente herido”, rememora su amiga Mirta Hortas.

En sus primeros años en Buenos Aires, vive con su madre en el barrio de Mataderos. Se vincula con algunos viejos amigos y termina de darle forma a su libro Balada de un sargento. “Con los años perdió esa capacidad de trabajo y de concentración como para poder seguir escribiendo. Él tenía mucha ambición con su obra”, sostiene Tabares.

Sobre finales de la década de los ochenta, Moreyra tiene un problema de salud que lo deja con dificultades de movilidad en su brazo y pierna izquierda.

A través de amigos con contactos en el gobierno encabezado por Carlos Menem, logró gestionar su indemnización como víctima del terrorismo de Estado y una jubilación por invalidez. Con ese dinero pudo comprar una casa y en 1998 se fue a vivir San Clemente del Tuyú.

El volvió a la Argentina derrotado y tiene ese accidente en el cuerpo, y por eso se´autodesaparece´ al irse (a San Clemente). Me lo encontré varias veces caminando por la playa con su perro. Tuvimos largas charlas. El estaba luchando contra toda su imposibilidad física. Después no supe más de él, hasta que un día me llama la mujer para contarme que Federico había muerto”, cuenta Mirta Hortas.

“Sinceramente, creo que se equivocó al volver a la Argentina. Vuelve con la democracia, pero no tenía nada que hacer acá. Acá nadie valora a nadie. En Francia él se había solidificado como intelectual. Se fascinó con un regreso a un pasado que él buscaba y que ya no existía más”, cree Jorge Asís.

Yo lo visité en San Clemente, durante tres semanas. Fue un lindo encuentro, como si no hubiera pasado tanto tiempo. Hablamos de política, de música y de literatura, pero sobre todo de la vida. De cómo me iba la vida en Francia. Hablamos del mundo, de mi visión de las cosas. Él me dijo que estaba contento porque yo era exactamente como él quería que fuera. Al año siguiente se murió. Fue una linda despedida”, rememora su hijo Federico.

Él luchaba todo lo que podía contra las secuelas que le había dejado la tortura, luchaba contra sus angustias. Sobre todo mientras pudo escribir. Era un gran trabajador. Se sentaba durante horas en la máquina de escribir y trabajaba durante horas y horas y eran páginas y páginas. Era como una fuerza de la naturaleza. Con un gran deseo de escribir. Muy sentimental. Muy cerca de sus ideales, que nunca jamás perdió”, cree Silvia Tabares, la mujer con la que compartió buena parte de su vida.

Había dejado de escribir y estaba completamente alejado del mundo literario. Su único amigo en San Clemente, un comerciante que vivía a pocos metros de su casa y a quien veía todos los días, se sorprendió cuando supo que Federico había sido escritor. Jamás se lo había mencionado en casi tres años de relación estrecha.

Tenía algo muy particular. No le interesaba el elitismo de la literatura. No se ponía por encima de la gente que no tenía su conocimiento, ni le interesaba brillar”, dice su hijo.

Así reproduce el episodio Mirta Hortas, en su novela Punta Rasa:

–Y Lino, ¿por qué le ocultó su vida, cuando es su amigo?

–Por esa razón justamente. Un amigo es alguien con quien uno se tiene que relajar. Si él hubiera sabido que yo era escritor, se habría esforzado en el afán de estar a mi supuesta altura, y no sería quien es.

–Creo que de cualquier manera lo percibió, cuando yo insistí con la foto del libro. Que encontré en la librería del centro. Lugar que usted nunca pisó.

–La mayoría de los escritores trabajan para su permanencia; yo, lo hice para mi desaparición. Y Lino, él es un sabio, nunca va a poner en evidencia que siempre sospechó que yo le ocultaba algo.

Quienes estuvieron cerca de Moreyra en el último tiempo creen que él sentía que ya había vivido todo lo que quería que vivir: “dejó de tomar sus medicamentos. Se encerró en su casa y se dejó ir”. Finalmente, fallece el 22 de agosto de 2001. Sus restos descansan en la bóveda familiar del cementerio de Chacarita, en la ciudad de Buenos Aires.

En sus últimos años en Paris empezó a escribir la que el creía que iba a ser la gran novela de su vida, que se llama Las catedrales de papel. Yo leí algunas páginas. Era un libro en el que él ya se sentía James Joyce. Creo que si su figura vuelve a generar algún interés, esa novela puede ser importante”, afirma Jorge Asís.

“De ese libro de novecientas páginas sobre las catedrales, llegué a leer algunos fragmentos. Merece volver a la superficie”, cree Luisa Futoransky.

Después de que falleció Federico yo acompañe a Silvia, su mujer, a ver la casa de San Clemente. Buscamos la novela pero no la encontramos. Al día siguiente, su único amigo, el almacenero y vecino, que ayudaba a ordenar la casa, la encontró. Estaba en un mueble de la entrada, adentro de un canasto junto con un revólver. En muy mal estado, llena de suciedad y telas de araña. Nos fuimos con la novela, que pesaba una enormidad”, comparte Mirta Hortas.

El original de la novela está en París, en manos de su hijo Federico Smith, quien con mucha generosidad compartió por primera vez un fragmento para este artículo. El original tiene 980 páginas, apenas veinte menos de las que se había propuesto.

En 1987, Federico Moreyra escribió que “también se puede morir en los demás: basta que nos olviden o nos menosprecien; cuando los otros se deciden a ignorarnos, uno ya no es más que un muerto que camina”.

En quien esto escribe, pues, Federico Moreyra no ha muerto. Su literatura y su poesía persisten en la memoria de mi pasión lectora, y en el deseo de animar a quien se acerque a estas líneas a no ignorar una obra artística que no merece ni el menosprecio, ni el olvido, ni la muerte.***

— ANEXO DOCUMENTAL

Original del poema inédito “La posteridad”, sin fecha.

(Gentileza archivo familia Smith Tabares)

Fragmento del original de la nóvela inédita Las catedrales de papel

(Gentileza archivo familia Smith Tabares)

Agradecimientos: Silvia Tabares, Federico Smith, Mirta Hortas, Eduardo Álvarez Tuñón, Carlos Ortíz, Jorge Asís, Daniel Divinsky, Jorge Aulicino, Luis Chitarroni, Martín Carmona, Vicente Zito Lema, Luisa Futoransky, Fernando Reati e Inés Vega.

A Graciela Del Monaco y Germán Casanova, por el “soporte bibliográfico internacional”.

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Alejandro Langlois
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Written by Alejandro Langlois

Las palabras como medida del pulso del misterio.

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